“La mujer todo el tiempo está pagando un precio por sus decisiones”
La bailarina Carolina Villa analiza en profundidad su obra Pasaje, que creó en 2015 y continúa reelaborando, donde la danza, el teatro físico y la violencia de género se enraízan en una simbología de matriz africana. El cuerpo femenino en el centro de la escena; violentado simbólica y físicamente, es a la vez vehículo de denuncia y expresión artística. El nacimiento de la idea dialoga con casos actuales de mujeres que fueron condenadas por haber tomado decisiones sobre sus propios cuerpos.
Movimiento y escritura definen vida y obra de Carolina Villa, una joven bailarina poco convencional que muestra el sufrimiento de la mujer a través de una puesta en escena que conmueve al público por su crudeza. Comenzó a tomar clases de baile a los 18 años, con una profesora de danza contemporánea de barrio. Luego incursionó en la salsa y el flamenco, mientras estudiaba Antropología y Letras y trabajaba en un banco. En 2009 tuvo la oportunidad de viajar a Cuba y allí conoció un ritmo que le cambiaría el eje y el sentido de su práctica corporal: las danzas de matriz africana. Un año después había decidido arriesgarse a tomar ese rumbo; dejó los estudios académicos y su trabajo formal para dedicarse a su veta artística. Ya no habría retorno. Desde muy pequeña Carolina escribe textos literarios. Publicó dos libros de poesía. Se siente interpelada por el movimiento en contra de la violencia de género y decidió llevar a la escena teatral situaciones donde el cuerpo femenino aparece vulnerado.
Actualmente continúa trabajando en la obra que ideó en 2015: Pasaje, descrita por sus creadoras como “un cuerpo de mujer que despierta la memoria de otras miles, donde aflora el instinto al filo del peligro. Como leona que no puede ser devorada, como lechuza sobrevolando el mundo de los muertos, como araña tejiendo la trama de su historia, todas gritan”. La obra cuenta la historia de una mujer que pasa por transiciones y diferentes estados durante su vida, pero que puede ser cualquier mujer y a la vez son todas las mujeres. Carolina reflexiona sobre su título: “En el diccionario pasaje es el derecho que se paga por pasar a un lugar. Y creo que la mujer siempre está pagando un precio por pasar a cualquier lugar. Ya sea por ir a su trabajo, por tener un hijo o por no tenerlo. Todo el tiempo está pagando un precio por sus decisiones”. La obra incluye danza y texto. Es un unipersonal donde Carolina interpreta a un personaje femenino en tensión, incómodo, violentado, que se expresa corporal y verbalmente. “Trato de incluir diferentes lenguajes artísticos que dialogan entre sí. La escritura es lo primero, lo empecé a hacer de pequeña, siempre leí mucho y la siento más arraigada. La danza conlleva mayor disciplina porque el cuerpo se afloja”, narra mientras toma mate sentada en un almohadón sobre el piso, junto a su mesa ratona en un antiguo PH del barrio porteño de San Telmo.
- Si bien no tenés estricta formación como actriz y te resulta difícil, sentiste la necesidad de incluir la interpretación de fragmentos de texto en escena.
-Me cuesta muchísimo trabajar los textos pero no quiero dejar de hacerlo porque creo que es necesario. El movimiento expresa un montón de cosas pero hay otras que hay que decirlas. No basta con moverse y expresar con el cuerpo. A veces la palabra es necesaria. A veces está bien cerrar sentido. La obra nació de la palabra escrita. A fines de 2014 mi abuela estaba muy mal de salud y yo estaba con ganas de hacer algo relacionado con un orixa del arquetipo de la abuela, un personaje femenino muy fuerte y de una tradición muy antigua. Entonces escribí un texto sobre este personaje llamado Naná. En junio del 2015 mi abuela falleció. Eso me impulsó automáticamente a seguir trabajando ese texto. Luego se abrió la convocatoria para presentar piezas breves en un ciclo de colectivos de coreógrafos de danzas de matriz africana, al cual decidí presentarme, seguí escribiendo la idea y comencé a trabajarla físicamente. Ese primer texto me llevó a trabajar con otros. Este orixa está relacionado con el acunar las almas de los difuntos. Naná tiene una historia en la que ella abandona a su hijo, luego de darlo a luz, porque es deforme. Lo entrega al agua y Yemanyá, la diosa del mar, lo viene a criar. Ella se desliga totalmente.
- ¿Esa historia la relacionaste con casos actuales de mujeres que abortan o abandonan a sus hijos?
- Hay un montón de casos donde las mujeres que abortan son condenadas social y judicialmente. Ese arquetipo me sirvió para hacer un paralelismo con lo que estaba pasando y profundicé en historias como el caso de Romina Tejerina, una joven que a los 19 años fue presa por haber matado a su hija recién nacida, luego de haber ocultado su embarazo producto de una violación. Usé partes de entrevistas que le hicieron a ella e imágenes que me sirvieron para construir escena. También trabajé con el caso de Belén, una joven tucumana que estuvo presa casi tres años por haber tenido un aborto espontáneo, y con la novela Amor de Toni Morrison, una escritora que narra las experiencias de una mujer afronorteamericana en la década de 1970. Me baso mucho en textos periodísticos, entrevistas o artículos sobre casos de trata, de mujeres que abortan, de mujeres condenadas. Los voy mezclando con textos míos y parafraseando desde mi percepción, mi mirada. Les di una vuelta digamos, los reescribí y van a seguir reescribiéndose seguramente. A esta altura están tan manoseados que ya son otros textos, son nuevos.
-La antropóloga Rita Segato plantea que “la masculinidad busca mostrar potencia, aunque sea monstruosa”. ¿La obra busca explorar una potencia femenina?
-Explora la potencia como algo que está latente y puede dispararse a diferentes lugares. Como algo que no necesariamente tiene impacto sino que se desarma. Lo femenino está todo el tiempo dando vueltas, está todo el tiempo resignificando y reconfigurándose y por eso es una potencia, porque no está cerrado, todo el tiempo se está cuestionando. Para mí esa es la definición de potencia, algo que no está cerrado sino que está por ser. Y eso es fuerte. En la obra lo trabajamos desde los pasajes, no termina de desarrollarse algo que ya es atravesado por otra cosa, otro estado. Y porque también estamos tan configuradas por estereotipos y prejuicios que en realidad una no llega a saber bien cómo es, cómo es su potencia. Pero esa potencia está y sale por algún lado.
- El público reacciona de diferentes maneras ante la obra, se han llegado a retirar de la sala. ¿Qué buscás generar en el espectador?
- Tal vez es mostrar lo que vivimos las mujeres desde un lugar poético. Es mostrar y generar una pregunta, una inquietud. Cuando el fragmento duraba diez minutos era más impactante porque en ese lapso al personaje le pasaba de todo. Hay gente que se siente afectada, mi mamá por ejemplo no lo puede ver, se pone muy mal. Lo que más me llama la atención es la reacción de los niños. Generalmente me hacen preguntas luego de ver la obra. Cuando la presentamos en la Usina del Arte dos nenas de alrededor de 9 años me pidieron que la hiciera de nuevo, porque habían llegado tarde. Ahí me doy cuenta de que no es algo inmoral de mostrar. Los chicos lo reciben sin considerarlo una ofensa. El problema lo tienen los adultos. La obra no cuenta un cuento de principio a fin, hay una linealidad no convencional, un sentido que se construye desde otro lugar. Si la persona se siente movilizada, el espectáculo cumplió su objetivo.
- Elegiste las danzas de matriz africana para representar una temática de género, ¿cómo se relaciona ese estilo de danza con esta temática?
- Hay un paralelismo entre las cosas que son marginales. Las danzas de esta procedencia tienen un carácter marginal porque no es lo que uno está acostumbrado a ver en la escena sino que tiene otros códigos. Me interesa poder poner lo que es marginal en una historia que es marginal. Las mujeres que más sufren son las mujeres inmigrantes, las que vienen de otras culturas. La mujer más ultrajada es la mujer pobre, negra, que no tiene recursos. No lo pensé de antemano sino que me surgió de manera espontánea porque es el lenguaje que manejo pero después se me empezó a armar el sentido. No podía contar esta historia desde un lugar hegemónico, o al menos yo no quiero hacerlo. Quiero que el plano de lo folclórico y de lo popular esté presente en la obra.